G. Romney Lady Hamilton como Casandra |
Casandra, la hija del rey de Troya, obtuvo su gran don de Apolo. El dios le concedió su capacidad de adivinación, pero cuando ella se negó a pagarle el precio que como mujer le exigía, el hijo de Zeus la castigó haciendo que nadie creyera sus palabras.
Para recordar a muchas mujeres cuya dura lucha por la independencia ha abierto camino a otras, recordamos estos versos de Wislawa Szymborska (1923-2012):
Monólogo para Casandra
Yo soy Casandra.
Y esta es mi ciudad bajo cenizas.
Y estos mi báculo y mis lemniscos de adivina.
Y esta mi cabeza henchida de dubitaciones.
Cierto, al fin triunfé.
Mi verdad es un resplandor que golpea el cielo.
Sólo los profetas que no fueron creídos
gozan de visiones semejantes,
sólo aquellos que no supieron actuar,
y todo se hubiera cumplido igual de rápido
aunque no hubiesen existido.
Ahora recuerdo con claridad
cómo al verme el pueblo de pronto callaba.
Las risas se interrumpían.
Las manos dejaban de estrecharse.
Los niños corrían hacia sus madres.
Ni siquiera sus precarios nombres llegué a conocer.
Y esa canción, la de las hojas verdes,
nunca nadie la terminó de cantar en mi presencia.
Los amaba
mas los amaba desde lo alto.
Por encima de la vida
y desde donde puede resultar más sencillo que ver la muerte.
Lamento la dureza de mi voz.
Miraos desde las estrellas -clamaba-
miraos desde las estrellas.
Escuchaban y bajaban la vista.
Vivían en sus vidas.
Expuestos a los vientos.
Juzgados de antemano.
Con cuerpos para el adiós desde que nacieron.
Mas cabía en ellos como una húmeda esperanza,
una llama nutriéndose de su propio centellear.
Sabían el significado de un instante,
ah, al menos uno cualquiera
antes que ...
Me salí con la mía.
Mas eso de nada vale.
Y este es mi vestido chamuscado.
Y estos mis trastos de adivina.
Y este mi rostro desfigurado.
Rostro que nunca alcanzó a saber que podía ser bello.
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