Allá por el 484 a.C. nacía en Halicarnaso, hoy Turquía, un griego que rompería moldes (como muchos otros en aquel tiempo). En aquella Grecia, que no recibía este nombre de sus ciudadanos y que se extendía por dos continentes, Herodoto fue un griego súbdito del rey persa. Pero aún niño sufrió la violencia del exilio y durante toda su vida fue un viajero, por curiosidad a veces, por imposición otras. Así vivió en la isla de Samos, en Atenas o en Turios, al sur de la Magna Grecia, donde murió, pero también parece que visitó Egipto, Mesopotamia o Fenicia. Su curiosidad, su ausencia de prejuicios, su espíritu científico en definitiva, lo convierten en el primero a quien podemos dar el título de "historiador" en el sentido moderno, pero también un geógrafo, un naturalista o un etnógrafo. Y es que su obra recoge, sin decantarse en el juicio, hechos maravillosos, tradiciones y versiones contrapuestas sobre los hechos de la historia: nos los presenta, nos los sirve, y deja que sus lectores tomemos postura, como si fuera un buen reportero. Un verdadero cosmopolita moderno, pese a sus 2500 años de vida, que busca explicaciones racionales aunque no se considera el único poseedor de la verdad.En este invierno que se resiste a llegar, leemos la explicación que los antiguos habitantes del norte del Mar Negro daban a la nieve: